1.ª batalla Bull Run

Primera batalla de Bull Run (1889), comolitografía por Kurz & Allison. Fuente: Library of Congress.

Un fervor belicista se apoderó del Norte y del Sur tras la rendición de Fort Sumter en abril de 1861. Las dos mitades del país se preparaban para la guerra, una para preservar la Unión, la otra para formar una nación independiente. Los presidentes rivales, Abraham Lincoln y Jefferson Davis, se apresuraron por crear las estructuras políticas y militares necesarias para conducir la guerra. Los líderes de ambos bandos compartían la creencia común de que el conflicto se resolvería en una gran batalla, pero la primavera daba paso al estío y la batalla decisiva no tenía lugar. A mediados del verano todas las miradas se dirigieron al norte de Virginia: mientras el ejército federal cruzaba el río Potomac hacia Virginia, los confederados reunían sus fuerzas para resistir.

La batalla resultante, la 1.ª de Bull Run, que muchos habían previsto que sería el único enfrentamiento de la contienda, es un interesante estudio de las fases iniciales de la Guerra de Secesión. La batalla, en la que murieron muchos más hombres que nunca antes en la historia norteamericana, fue para ambos bandos una revelación de en qué consistía la guerra realmente, lejos de concepciones naïves o imaginativas, y eso a pesar de que en comparación con lo que se avecinaría, un año más tarde no sería considerada más que un enfrentamiento menor. No es la intención de este artículo realizar una crónica de los devenires tácticos de la batalla de Bull Run, sino hablar de su significado en los primeros compases de la Guerra de Secesión.

Soldados bisoños, estrategias fallidas

Dos elementos en el mapa son inmediatamente identificables con la batalla que se libró el 21 de julio de 1861 y ambos han dado su nombre a este enfrentamiento. El Bull Run es un serpenteante afluente del Potomac que discurre a lo largo de 53 km desde su nacimiento en las montañas Bull Run, que se extienden por el norte de Virginia desde el suroeste de Washington D. C. hasta el río Occoquan. El riachuelo establece el límite de los condados de Loudon y Prince William, así como de Prince William con Fairfax.

El cruce de Manassas (Manassas Junction), en Virginia, se encuentra a tan solo 40 km de Washington D. C. y en esta época era un pequeño e insignificante pueblo, salvo por el hecho de que el ferrocarril entre Orange y Alexandria conectaba con aquí con la línea del Manassas Gap Railroad. Sin embargo, la guerra había inflamado la importancia del pueblo mucho más allá de sus dimensiones físicas y humanas, ya que su nudo ferroviario lo convirtió en una pieza codiciada para unos ejércitos dependientes del ferrocarril para su transporte y abastecimiento. Dadas las circunstancias de Virginia en julio de 1861, el cruce de Manassas era vital para los intereses de la Confederación, ya que su nudo ferroviario era esencial para el transporte y despliegue de tropas desde el valle del Shenandoah hacia interior de Virginia, y una presencia federal en Manassas partiría en dos las fuerzas confederadas e imposibilitaría su cooperación.

Pierre Beauregard

La buena estrella de Pierre Gustave Toutant de Beauregard (1818-1893), veterano de la Guerra de México de ascendencia francesa, que se las daba de «Napoleón confederado», duró lo que su ego tardó en crear fricciones en las altas esferas sudistas. Tras Bull Run sería transferido al Oeste (tanto Jefferson Davies como Lee le preferían lejos), donde participó en las batallas de Siloh, Corinto y Vicksburg. Tras la guerra se convertiría en activista en favor de los derechos civiles de los negros. Fuente: National Archives and College Park.

Tanto el río como el pequeño pueblo ganarán fama inmortal por las dos batallas que allí se librarán en los primeros compases de la guerra.

En los primeros días de la guerra, la presencia de un gran contingente confederado a la vista del Capitolio Federal suponía un recordatorio constante para los nordistas de la aparente impotencia del Gobierno para hacer algo decisivo que acabara con la «insurrección». Mientras que la Administración Lincoln pretendiera que estaba sofocando una rebelión y no librando una guerra civil, esta situación seguiría corroyendo la percepción pública sobre su conducción de la guerra. El cuasi aislamiento de Washington D. C., la disputa por el control de Maryland y la destrucción de varios puentes ferroviarios que daban acceso a la ciudad no hacían sino reforzar esta convicción. Cuando el coronel Elmer Ellsworth, amigo personal de Lincoln y antiguo secretario de juzgado, fue asesinado tras tirar abajo una bandera confederada que ondeaba en lo alto de un hotel de Alexandria, tentadoramente visible al otro lado del Potomac, el fervor bélico alcanzó cotas superiores. «¡Hacia Richmond!» fue la soflama que se extendió entre la población nordista, espoleada por los entusiastas editores de prensa del Norte. La gente no estaba dispuesta a escuchar más excusas, por válidas que estas fueran, que justificaran la inactividad. Además, según se aproximaba el verano el plazo de alistamiento original de noventa días de los voluntarios se acercaba a su fin, sin apenas haber disparado un solo cartucho en defensa de la Unión, y varios regimientos juraron no servir ni una hora más por encima de sus contratos. Mientras sus generales se entretenían y planeaban la estrategia, el ejército de Lincoln comenzaba a desintegrarse. Muchos regimientos, cumplido su deber, abandonaron sus puestos y regresaron a sus casas, ignorando cualquier llamamiento al patriotismo. Lincoln tenía que hacer algo, y debía hacerlo rápido.

Al general Irvin McDowell le fue asignada la tarea de comandar al ejército contra las fuerzas confederadas desplegadas en el Cruce de Manassas. McDowell carecía de experiencia táctica, pero era un respetado teórico militar. Se quejó de que el ejército no estaba preparado, o «verde», pero Lincoln no quiso escuchar. Efectivamente los federales estaban verdes, admitió el presidente, pero también lo estarían los rebeldes. Todos eran igualmente inexpertos. Haciendo caso omiso de las objeciones prácticas de su general, Lincoln le exigió que actuara.

mapa Guerra Secesión Bull Run

Mapa de las posiciones de los ejércitos a comienzo de la campaña de Bull Run, verano de 1861. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones.

El subsiguiente plan federal era francamente bueno. De hecho casi funcionó, y probablemente así hubiera sido de haber estado el ejército convenientemente entrenado y comandado. McDowell dirigiría a sus tropas contra el cruce de Manassas en un ataque múltiple, disponiendo una distracción en torno al vado de Blackburn y su puente de piedra mientras que envolvería el flanco izquierdo confederado en Sudley Springs, estrategia ideada para mantener a los sudistas con la guardia baja mientras trataban de evaluar por dónde vendría el ataque principal. La clave del éxito final, sin embargo, dependería de mantener a los únicos refuerzos confederados de la zona ocupados en el valle del Shenandoah, tarea asignada a Robert Patterson.

Para contrarrestar la ofensiva federal la Confederación contaba con las fuerzas de Joseph E. Johnston, desplegadas en el valle del Shenandoah, y las de Pierre G. T. Beauregard, al mando de las defensas del cruce de Manassas. Ambos se encontraban entre los oficiales confederados de mayor rango. Beauregard se había convertido en el héroe de Fort Sumter mientras que Johnston era un veterano del antiguo Ejército con una intachable hoja de servicios. Los confederados sabían que estaban en inferioridad numérica, por lo que su única esperanza para derrotar a los federales era conseguir combinar sus fuerzas. En definitiva, Johnston se vio obligado a engañar a los federales del Shenandoah de su presencia en el valle al tiempo que maniobraba para unirse a Beauregard en Manassas. Mientras que los federales supusieran una amenaza en el valle, Johnston estaría inmovilizado, y a menos que este consiguiera reforzar a Beauregard, los confederados se verían en franca inferioridad numérica y serían vulnerables a ser flanqueados y aniquilados. Por tanto, el protagonista clave de esta primera campaña, y única según la creencia de muchos, era el general Robert Patterson.

Patterson contaba con la confianza de Winfield Scott, que respetaba a este otrora general de brigada y veterano de la Guerra de México. Pero Patterson fracasó a la hora de retener a Johnston en el valle y el astuto confederado fue capaz de reunirse con Beauregard a tiempo para el combate. Tras la batalla Patterson fue culpado por la derrota, y en su defensa escribió una larga justificación de sus actos, a pesar de lo que muchos historiadores aún le consideran responsable. El plan federal era complejo, pero practicable. Beauregard había concebido a su vez una estrategia ofensiva consistente en unir sus fuerzas con las de Johnston y, tras destruir a McDowell, marchar sobre Patterson en el valle o sobre Washington D. C. Este plan, vetado por Richmond, quedó obsoleto tan pronto como los federales tomaron la iniciativa.

La batalla de Bull Run

El 18 de julio, los movimientos iniciales de McDowell desencadenaron una violenta escaramuza en el vado de Blackburn cuando el general Daniel Tyler trató de forzar el paso del Bull Run, frenado en seco por una obstinada resistencia confederada. McDowell trató entonces de encontrar un nuevo medio de cruzar el río más allá del flanco izquierdo confederado, para lo que envió a sus ingenieros en tareas de reconocimiento. El plan resultante significaría que sus soldados tendrían que marchar aún más kilómetros bajo un sol abrasador.

Casi todos los aspectos de esta campaña arrojan perfectos ejemplos de qué es lo que se debería haber hecho y qué no. El plan de McDowell estaba perfectamente razonado, pero demostró ser demasiado ambicioso para un ejército amateur. La escasa coordinación entre las fuerzas de la Unión y la incapacidad de Patterson (por los motivos que fuera) de evitar la partida de Johnston en apoyo de Beauregard resultaron ser decisivas. McDowell se quejaba de que la inexperiencia de sus tropas derivó en una indisciplinada marcha hacia el campo de batalla, y la frecuencia con que los hombres abandonaban las filas para atiborrarse de moras, supeditando la trascendental importancia de la ocasión a un breve momento de placer inmediato, supuso una distracción constante para los oficiales. En un momento de la batalla, algunos soldados confederados hambrientos aprovecharon la ocasión de agarrar puñados de moras en el transcurso de una carga a la bayoneta.

Al margen de planes y estrategias, una serie de factores aleatorios contribuyeron al resultado final, haciendo de esta batalla una de las más interesantes de la guerra. La confusión reinante provocada por la identidad de las unidades, vestidas con uniformes diversos y portando banderas indeterminadas, condicionó el flujo y reflujo de la batalla. En varias ocasiones la victoria de la Unión parecía segura, solo para ser una y otra vez dilapidada. Se dieron varios casos de fuego amigo que se cobró un alto precio, ya que los soldados se volvieron excesivamente cautelosos con respecto a las unidades que se les aproximaban y no abrían fuego hasta que se les reconocía como enemigos, lo que en ocasiones resultaba ser demasiado tarde.

mapa 1.ª batalla de Bull Run

Mapa de las posiciones de los ejércitos a comienzo de la campaña de Bull Run, verano de 1861. Pincha en la imagen para ampliar. © Jorge Martínez Corada.

Una pausa en los combates otorgó un tiempo precioso a los confederados para reagruparse y propició la llegada de los refuerzos. Ataques poco sistemáticos ordenados por generales no cualificados echaron a perder la teórica ventaja que ofrecía la superioridad numérica. Es más, las unidades de ambos bandos resultaban igualmente desorganizadas tanto en la victoria como tras recibir bajas o verse obligados a retroceder, quedando en la práctica al margen de los combates, independientemente de la causa de su desorden. Finalmente, estos exhaustos soldados, que lo habían dado todo en el día más estresante de sus jóvenes vidas, fueron presa fácil del pánico.

Aunque la batalla terminó en victoria confederada, la balanza pudo haberse inclinado hacia cualquiera de los bandos. La pobre coordinación, el amateurismo de hombres y oficiales y la falta de experiencia y disciplina resultaron determinantes. Los furibundos combates en la colina de Henry por la posesión de una batería de artillería de la Unión marcaron buena parte del enfrentamiento, así como la inverosímil resistencia de la brigada de virginianos del general confederado Thomas J. Jackson, la enérgica carga liderada por Beauregard en persona y la descoordinación generalizada de los ataques nordistas.

Como otras batallas de los inicios de la contienda, lo que resulta sorprendente no es tanto el resultado sino la determinación con que combatieron los hombres de ambos bandos. Aunque Bull Run fue pequeña en comparación con las grandes batallas que acaecerían, como Antietam o Gettysburg, resultó suficiente para entender que la Guerra de Secesión iba a ser dura y sangrienta.

Las lecciones de Bull Run

Pero en julio de 1861 la guerra era aún una aventura y así lo entendieron incluso las docenas de espectadores, entre los que se encontraban varios congresistas y damas, que acudieron desde Washington D. C. para ser testigos del espectáculo. Pronto se dieron cuenta de su insensatez. El congresista neoyorquino Alfred Ely fue capturado por el coronel E. B. C. Cash, de Carolina del Sur, que amenazó con disparar a ese «hijo de perra de mil demonios» que no se había querido perder la diversión.

La batalla fue una gran aventura y una importante experiencia de aprendizaje para ambos ejércitos y para las gentes de ambos bandos. Muchos participantes recordarán con disgusto sus actitudes previas a la batalla. Los «verdes» soldados, tanto azules como grises, emergieron del combate como veteranos, con un mejor entendimiento de qué era realmente la guerra y qué papeles se esperaría que desempeñaran, y tanto vencedor como vencido intuyeron que una sola batalla, ni siquiera una campaña, no bastaría para solucionar la crisis que les había arrastrado a las armas.

The first Battle of Bull Run, Va., Sunday afternoon, July 21, 1861. En esta llamativa litografía se observa la «estampida» del ejército federal tras la derrota, trufada por los civiles curiosos que se habían acercado desde Washington para observar el «espectáculo». Fuente: Library of Congress.

El cabo de la Unión Elisha Hunt Rhodes, del 1.º de Infantería de Rhode Island, estaba exultante durante la marcha para enfrentarse a los rebeldes. El 16 de julio escribió «Bien, espero que tengamos éxito y le demos a los rebeldes un buen vapuleo». Su tono era menos optimista unos días más tarde. Tras el desastre y huida del ejército federal, Rhodes escribió:

«nos acostamos cansados, hambrientos y empapados, solo para que nos despertaran a las 11 de esa misma noche para continuar la marcha hacia Washington […] No puedes hacerte una idea de los horrores de esa noche. Sufrí lo indecible a causa del hambre y la fatiga, pero continué adelante, aferrado a mi arma y a mi cartuchera. Muchas fueron las veces en que me senté en el barro decidido a no seguir adelante… pero pronto pasaría un amigo que me instaría a hacer un esfuerzo, y me tambalearía durante otra milla más».

Al despuntar el día, el exhausto Rhodes pudo divisar, para su alivio, la capital de la nación. La agotadora retirada había terminado. Los ciudadanos de Washington, alertados de la situación, se apresuraron a ofrecer su ayuda. El cabo Samuel D. English, del 1.º de Rhode Island, recordaba que «los vítores que recibíamos por las calles de Washington parecían insuflar nueva vida en los hombres que, de llegada al campamento, se derrumbaron en el suelo y al momento la mayor parte de ellos estaban dormidos».

Un oficial del 14.º de Brooklyn recordó más tarde los efectos de la batalla en los nuevos soldados:

«Antes de su primera batalla, el soldado es entusiasta y solo vislumbra la gloria del combate. Pero tras ver los lúgubres y espantosos hechos que resultan de la batalla, sea una victoria o una derrota […] no espera su segunda batalla con ansia y se vuelve bastante más receloso que entusiasta».

Según otro neoyorquino «fuimos derrotados antes de llegar al campo de batalla, ya que tras una marcha tan larga, sin nada que comer y nada que beber salvo un agua tan espesa que apenas goteaba puedes entender que no estábamos en muy buenas condiciones para combatir».

La experiencia confederada fue muy diferente. Según el soldado Edgar Warfield, del 17.º de Virginia, la victoria fue motivo de júbilo desenfrenado para los rebeldes. George Wise escribió «¡Qué día tan glorioso fue el domingo para el Sur! ¡Cuando la desbandada enemiga se precipitó sobre la larga línea del Bull Run, estalló un grito de júbilo! ¡Oh, qué grande fue!».

Las implicaciones de la batalla tuvieron un largo alcance. En el Norte, la desesperanza inicial se tornó en una firme determinación. El diarista George Templeton Strong resumió de forma sucinta las sensaciones inmediatamente posteriores a la batalla: «El día de hoy será recordado como el Lunes Negro. Hemos sido completa y vergonzosamente derrotados, batidos y vapuleados por los secesionistas». Pero el 22 de julio el presidente Lincoln alzó un llamamiento para reclutar otros 500 000 voluntarios, incrementando drásticamente el tamaño del ejército de la Unión. Mientras se preparaba para hacer uso de la fortaleza de la nación, buscó un nuevo general que dirigiera sus huestes hacia la victoria.

Por parte confederada, Mary Chestnut, esposa de un antiguo senador de los EE. UU. de Carolina del Sur, ahora edecán del general Beauregard, se vio mucho más conmovida por el alivio ante la seguridad de su marido y su aflicción por los caídos que por el entusiasmo de la victoria. «La preocupación nos ha hecho tan desgraciados» escribió «que el sentimiento de repulsión era casi imposible de sobrellevar». El secretario de guerra rebelde John B. Jones estaba exultante al tener noticia de «esta costosa pero gloriosa victoria» que emocionaba a todo Richmond. «Todos los hombres parecen pensar que el curso de la guerra tornará desde ese día sobre territorio enemigo, hasta que consigamos una paz gloriosa». Pero también era precavido y previó que «el Norte, lejos de desistir en la consecución de sus decididos propósitos, se verá estimulado a la hora de renovar sus preparativos a una escala de una magnitud nunca antes vista»

Para aquellos directamente implicados la batalla será icónica. William T. Sherman se vio bajo el fuego enemigo por primera vez en su vida, ya que a lo largo de su prolongada carrera militar siempre había eludido la batalla, y aprendió a respetar a los soldados voluntarios que comandaba, a pesar del deslucido uso que hizo de ellos.

El congresista John A. Logan, también testigo de la batalla, regresó a Illinois, donde lanzó soflamas patrióticas en apoyo de la Unión y aceptó el rango de general de brigada, convirtiéndose en uno de los más capaces generales políticos de la guerra.

Thomas J. Jackson pasará a la historia por la defensa que hizo de la colina de Henry y por el apodo, Stonewall («muro de piedra»), que le puso el general Barnard Bee, muerto en la batalla. Mientras que Jackson se convertiría en una leyenda, Joseph E. Johnston y Pierre G. T. Beauregard aprovecharán esta temprana victoria para intentar solidificar sus posiciones en el ejército confederado. Beauregard, que emergerá de la batalla como un héroe, el ídolo más popular del Sur, verá como su lustre se desvanecerá casi inmediatamente. De igual forma Joe Johnston, al que podría considerarse como el orquestador real de la victoria confederada, perdió el favor de la Administración Jefferson Davis. Ego y mezquindad eran elementos comunes del carácter de ambos generales, defectos que les incapacitarían para ponerse al servicio de su comandante en jefe. Ninguno fue capaz de poner su país y su causa por encima de sus propios intereses. Estas discordias nacidas de la euforia de la victoria tendrán consecuencias a largo plazo para la Confederación, para la que la batalla ofrecía prueba inequívoca de su superioridad frente a los yankees y, a la postre, del triunfo de su causa.

Bull Run fue un excepcional terreno de entrenamiento para ambos bandos. Todos los participantes se beneficiarán de las enseñanzas de la batalla, y muchos de ellos terminarán comandando brigadas, divisiones e incluso cuerpos y ejércitos. Algunos caerán, pero otros liderarán las campañas que finalmente decidieron la guerra. Entre las figuras más destacadas de la Unión cabe mencionar a Oliver O. Howard, Charles Griffin, Ambrose Burnside, Orlando Willcox, Erasmus Keyes, William B. Franklin y Fitzjohn Porter. Las luminarias confederadas incluían a James Ewell Brown Stuart, Jubal A. Early, James Longstreet, Nathan Shanks Evans, y Edward Porter Alexander.

Quizás el acontecimiento más significativo como consecuencia de la batalla fue el nombramiento del general George B. McClellan como comandante de los ejércitos de la Unión. Conocido como Little Mac, trajo consigo todo un cargamento de fortalezas y debilidades que definirían el esfuerzo bélico federal durante más de un año, y a partir de la materia prima que había sufrido la humillación de Bull Run logró moldear un disciplinado ejército.

Winfield Scott

Winfield Scott (1786-1866) sería el primero de una larga lista de comandantes nordistas en convertirse en chivo expiatorio ante Lincoln de los fracasos de los ejércitos de la Unión. Veterano de cuatro guerras, era uno de los pocos generales conscientes de que el conflicto civil que se avecinaba no sería corto, y en vez de apostarlo todo a una batalla decisiva, propuso a Lincoln una estrategia, el Plan Anaconda, para estrangular económicamente a la Confederación, pero el presidente no quiso escuchar. Paradójicamente, dicho plan sería el que, recuperado años (y decenas de miles de muertos) más tarde por Grant y Sherman, otorgara la victoria a la Unión. Fuente: Library of Congress.

El general en jefe de la Unión, Winfield Scott, asumió posteriormente su responsabilidad por el fracaso. Era consciente de que el ejército no estaba preparado y quería esperar a que sus propios planes pudieran madurar antes de tomar la ofensiva, lo que hubiera requerido esperar varios meses para entrenar y disciplinar a los hombres reclutados por tres años que se unían a filas. Sin embargo, el buen juicio de Scott se plegó a los deseos del presidente. La derrota exigía una explicación y una solución. Las críticas se cebaron con Patterson y el propio Scott no tardaría en retirarse, dejando paso al enérgico McClellan.

Los estadounidenses son gente precipitada, impaciente y exigente, quieren lo que quieren y cuando lo quieren. El éxito da validez a la exigencia, pero el fracaso requiere de un chivo expiatorio. Es gente de poca memoria, rápidos a la hora de olvidar el éxito o el fracaso tan pronto como sus demandas se han cumplido, lo que dificulta la gestión de asuntos de largo recorrido en el plano político e internacional. Aunque los estadounidenses esperan y exigen la consecución del éxito, carecen de la voluntad de ver más allá del mismo, olvidando que el triunfo a veces se esconde tras un aparente fracaso y que solo la prueba del tiempo es la verdadera medida de los resultados, y que querer algo, o exigirlo, no tiene por qué venir acompañado del resultado deseado. Tan cierto hoy día como en los tiempos de la Guerra de Secesión, generales como Scott, McDowell, Patterson y los que les sucedieron entendieron esta amarga verdad.

Bibliografía

  • Ballard, Ted (2007): Staff Ride Guide for the Battle of First Bull Run, Washington D.C., Center for Military History.
  • Davis, William C. (1977): Battle at Bull Run, New York, Doubleday & Co.
  • Detzer, David, Donnybrook (2004): The Battle of Bull Run, 1861, Orlando, Harcourt.
  • Hennessy, John (1989) The First Battle of Manassas, An End to Innocence July 18-21, 1861, Lynchburg, H.E. Howard, Inc.
  • Rafuse, Ethan S. (2002): A Single Grand Victory, The First Campaign and Battle of Manassas, Wilmington, SR Books.

Robert I. Girardi siempre se ha sentido fascinado por la Guerra de Secesión, que ha estudiado desde todos sus ángulos, acercándose especialmente a la experiencia personal de los participantes. Además de tener 8 libros en su haber, ha comisariado distintas exposiciones y detentado cargos en diferentes asociaciones relacionadas con la historia de la Guerra de Secesión, ha impartido conferencias ante muy diferentes audiencias y es una popular autoridad en el área de Chicago, donde ha participado en programas de radio y televisión.

Este artículo apareció publicado en el Desperta Ferro Historia Moderna n.º 1 como adelanto del siguiente número, el Desperta Ferro Historia Moderna n.º 2: El estallido de la Guerra de Secesión.

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